Más humanas, menos perfectas: sobre la terapia
Vivimos en una sociedad que nos empuja constantemente hacia la perfección, hacia el “siempre puedes dar un poquito más”. La era del “si quieres, puedes” (y la consecuente culpa si no lo consigues).
La terapia, entendida como la interacción entre (mínimo) dos humanos y todo ese halo emocional que lo rodea, es una pequeña muestra de lo que hay ahí afuera. Y lo que me refleja ese espejo social llamado terapia me lleva, con cada vez más frecuencia, hacia la sensación de que esa perfección se persigue también durante el proceso terapéutico.
Y es en ese momento cuando todo pierde el sentido porque la terapia es un espacio en el que aprendemos a ser (humanos) y eso implica no ser perfectos.
De la curación a la perfección de la autoayuda.
En las últimas décadas, la medicalización de la psicología junto con la primacía del reduccionismo biológico convertía el espacio de terapia en la varita mágica que curaba cerebros escacharrados y al psicólogo lo situaba en su distante posición de curandero.
La “democratización” de la información a través de las redes sociales y el prolífico negocio de la autoayuda han sido el campo de cultivo perfecto para que la psicología y la terapia lleguen a la población (y si llega a través de conceptos de dudosa evidencia revestidos de novedad posmoderna mejor que mejor).
¿El mensaje?: Tienes las claves de lo que te pasa y de su eliminación o mejoría. Cuando juntas lo anterior llegamos a donde estamos en la actualidad: consejos, fórmulas, claves, tips, terapia de usar y tirar… sobre cómo influir en tu cerebro/cortisol/inserta aquí cualquier hormona o neurotransmisor que suene muy a “haznos caso que somos los que sabemos”.
El resultado: control, control y más control. Hemos pasado de ver la terapia como un proceso pasivo donde la expectativa era que el psicólogo me curara a un proceso en el que la expectativa es que el psicólogo me de un kit de supervivencia para la vida.
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Función: el para qué acudo a terapia.
Cada día tengo la suerte de ver a muchas personas con sus historias, sus aprendizajes, sus alegrías y sufrimientos. Los motivos de consulta son tan variados como cada una de esas historias y personas.
Pero, ¿qué esperan del proceso terapéutico? ¿qué objetivo se persigue al decidir acudir a terapia? El problema que me encuentro, cada vez más, es que la función de venir a terapia es ser perfectos reguladores emocionales.
Hipotecamos nuestra humanidad en un intento de convertirnos en domadores de lo que sentimos. Cuando hablamos de apertura a la experiencia esto también alcanza a las sesiones terapéuticas. Y en nuestra experiencia, queramos o no, somos seres errantes que sufren, afrontan los devenires de la vida y aprenden de las consecuencias que siguen a su comportamiento.
Y eso, en esencia, es la terapia: un proceso de aprendizaje en el que vamos desarrollando comportamientos que nos acerquen a una vida con sentido (y no me digáis: ¿cómo sé qué es eso de una vida con sentido? porque lo descubriréis precisamente viviendo y vivir es también lidiar con la incertidumbre de no saber).
En conclusión: El proceso terapéutico es un equilibrio entre ciencia y humanidad. No perdamos eso. Más humanas, menos perfectas.
Publicación escrita con mucho cariño por Elisa Vegas, Psicóloga Sanitaria CL05337, Máster en Análisis Funcional del Comportamiento y especialista en regulación emocional, sexualidad y relaciones afectivas.
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Soy David, Psicólogo Sanitario y CEO de David Gómez | Clínica de Psicología Avanzada. Mi equipo y yo somos especialistas en regulación emocional, autoestima, trauma, sexualidad, trastornos de la conducta alimentaria, relaciones afectivas y psicología deportiva. Mediante las Terapias Contextuales y de 3ª Generación ofrecemos la mejor terapia psicológica para que puedas sentirte en un lugar seguro, aprender a regular tus emociones y lograr tu bienestar psicológico con la máxima eficiencia. Puedes encontrarme en Instagram y pedir tu cita mediante Whatsapp al 628628409
